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Opinión

La cruz de Jesús y nuestras cruces


Redacción YSUCA / 15 abril 2022 / 4:20 pm

Por José María Tojeira, S.J.
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La cruz del Jesús es el resultado de un juicio en el que se mezcla lo religioso y lo político. Se hacía hijo de Dios, blasfemia para los judíos, y se proclamaba rey ante Pilatos, delito para los romanos. Aunque como en todo juicio se barajaran diversas razones, lo cierto es que estaban matando a un hombre bueno, por el simple delito de ser bueno, decir la verdad, y pretender impulsar un camino de bondad que chocaba con los intereses de poder de su tiempo. La razón de matarle fue en el fondo una especie de odio a lo humano de Jesús, que con su palabra de conversión descubría el egoísmo y la soberbia personal, así como la inhumanidad del poder, tanto político como religioso de su tiempo. Quienes lo mataron lo odiaban en su humanidad, al igual que odian lo humano quienes siguen matando o maltratando a otros hoy. Buenos o malos, los asesinados son víctimas del pecado del mundo, de la fuerza bruta y de la absolutización de intereses egoístas, que no vacilan a la hora de destruir lo que se le oponga. No hay miramientos para lo humano ni compasión. Simplemente se odia lo humano de otros porque ofende o no  coincide con el yo diferente o con los intereses de los poderosos.

La cruz de Jesús es así denuncia de todo odio y de todo acto de prepotencia humana. Y especialmente de todo intento de considerar la muerte como solución de conflictos entre seres humanos. Incluso la guerra más justa, como puede ser la defensiva, contiene el horror de esa tendencia cainita que quiere solucionar los problemas a través de la destrucción del enemigo. La destrucción de la vida no es solución a los problemas humanos, nos dice el crucificado. Al contrario, son las víctimas las que en la medida que sepamos mirarlas y sentir compasión auténtica, comienzan a redimirnos de la brutalidad, de la injusticia, e incluso de la soledad. El ser humano no es un lobo para los demás hombres y mujeres de este mundo, como decía la frase latina popularizada por T. Hobbes, filósofo del siglo XVII. Al contrario, el ser humano, nos dice Jesús, es un hermano y una hermana a quienes hay que amar y servir. La cruz de Jesús denuncia en ese sentido lo que posteriormente el poeta Antonio Machado denominaría como el entigrecimiento de los espíritus.

Pero la cruz de Jesús es también acto solidario. San Pablo habla de “la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin embargo por amor a ustedes se hizo pobre” (2 Cor 8, 9). Y la cruz, como la muerte, es el símbolo de la pobreza absoluta. Jesús es solidario con todos los que sufren persecución por la verdad, con todos los pobres, mal tratados, esclavizados, excluidos de nuestras sociedades y condenados a la ruina. Se une a ellos en la cruz, aunque no la merezca. Y de alguna manera se solidariza también, sin ocultar lo injusto de su crimen, con quien tortura y mata, con quien explota y oprime generando muerte, diciéndole al Padre de todo amor que los perdone, “porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Jesús desde la cruz nos invita siempre a asumir la suerte de los pobres, participar pacíficamente en sus esperanzas y en sus luchas, y al mismo tiempo amar a los injustos diciéndoles la verdad de la brutalidad que cometen cada vez que desprecian, pisotean o destruyen lo humano.

Pensar la cruz de Jesús es siempre pensar la vida. Pensar la esperanza que nace del amor. De ese amor tan fuerte, tan realidad divina, que no puede morir. Y por eso estalla en resurrección a los tres días, precisamente cuando parecía que todo estaba perdido. Esa historia de Jesús se repite en tantos de nuestros mártires, solidarios con los pobres y que se han unido ya a la resurrección de Jesús, como Mons. Romero, Rutilio, Cosme, Nelson Manuel y tantos otros. Unidos a la resurrección de Jesús resucitan también en todos nosotros cuando ponemos nuestra confianza en Dios y cuando nos unimos solidariamente a todos los que están hambrientos y sedientos de pan, de justicia y de paz. La cruz de Jesús es siempre fuente de vida. Y de su costado abierto por la lanza nacemos nosotros, Iglesia peregrina, misionera y en salida, solidaria con los pobres, puesta la esperanza en Dios y contribuyendo a la construcción de su Reino, tratando de transformar estas sociedades nuestras tan marcadas por el pecado.