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Opinión

El sentido de la fiesta


Redacción YSUCA / 06 agosto 2021 / 2:55 pm

José María Tojeira
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En los días previos a la fiesta patronal de El Salvador y, por supuesto, de San Salvador, ha habido multitud de festividades, más extendidas unas, más particulares otras. El 25 de Julio muchos pueblos de nombre y origen indígena celebraron sus fiestas patronales en honor a Santiago (Chalchuapa, Tenancingo, Texacuangos, uno de los Nonualcos, Apastepeque, Santiago de María, La Laguna…). Santa Ana celebró el 26 a su patrona. Los jesuitas y los redentoristas a sus fundadores. Sin embargo, la actual situación de pandemia, aún no controlada y con un severo repunte a pesar del buen manejo de la vacunación, ha forzado a que los aspectos más externos de la celebración se hayan reducido. Especialmente las fiestas patronales han ido acompañadas siempre con procesiones, juegos, encuentros sociales, etc. Hoy la necesidad de cuidarse y de cuidar al prójimo nos impone algunas restricciones. Y precisamente esa especie de pausa, nos puede ayudar a reflexionar sobre el sentido profundo de la alegría que invade nuestras festividades.

Nos alegramos muchas veces con la música y la comida y olvidamos las dimensiones más hondas de la celebración. Santiago respondió con un “podemos” cuando Nuestro Señor les preguntó a él y a su hermano Juan si podían beber el cáliz de su Maestro. Fue después el primer apóstol decapitado por su seguimiento del Señor. Santa Ana, con San Joaquín, representan la sabiduría de los ancianos y la capacidad de los mismos de transmitir lo mejor de la espiritualidad a sus descendientes. María, ejemplo de fe para todo cristiano, fue hija de estos santos. Y Jesús de Nazaret, en su dimensión de Salvador del mundo, es para todos nosotros “camino, verdad y vida”, y fuente segura de salvación. Si los cristianos olvidamos estos aspectos, las fiestas, aun con todos sus aspectos positivos, pierden una buena parte de su sentido.

La vida cristiana está llena de festividades. La misma Iglesia nos ha animado siempre  celebrar con alegría esos días dedicados a los seguidores de Jesús y a nuestro propio Maestro y Señor. El Papa San Gregorio Magno, cuando aconsejaba a los evangelizadores de los pueblos paganos del norte de Europa, les decía que continuaran con los aspectos festivos que éstos tenían en honor a sus dioses. Pero que le dieran un sentido diferente. Si antes sacrificaban toros a sus divinidades, una vez convertidos debían seguir celebrando a los santos matando algún torete para compartir la comida fraternalmente con toda la comunidad. La alegría de vivir compartiendo ideales y caminos debe traducirse siempre en la alegría del banquete compartido, “cada cual con su taburete” como decía nuestro próximo beato Rutilio Grande.

La alegría y la fiesta es consustancial al cristianismo. Evangelio significa buena noticia. Y entre las múltiples herencias recibidas de nuestros hermanos judíos está la palabra “aleluya”, símbolo de alegría de quienes alabamos permanentemente al Dios que nos amó primero. Si el dolor, la injusticia y las pruebas nos remiten siempre a la cruz del Señor, las fiestas nos recuerdan el triunfo del resucitado y de todos nuestros hermanos y hermanas que nos precedieron uniéndose a la resurrección del Señor. La fiesta nos da siempre fuerza para seguir en esta vida de peregrinos caminando al encuentro del “Cordero degollado que permanece de pie”, como le llama el Apocalipsis a Jesús, anunciando su cruz y su triunfo en la resurrección. Vivir nuestras fiestas cristianamente, compartiendo la alegría, el amor y la generosidad, es también parte de nuestro testimonio y esperanza. Y es parte fundamental del descanso en el caminar y de la esperanza de llegar a la meta, en la que Dios será todo en todas las cosas.

 

* José María Tojeira, director del Idhuca.