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Editorial

Intolerancia


Redacción YSUCA / 10 febrero 2023 / 7:53 pm

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Según el diccionario de la Real Academia Española, “tolerar” significa “respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. La tolerancia es una actitud fundamental para una sociedad que busca el respeto a la libertad de opinión y de expresión, y a los derechos humanos fundamentales, y que aspira a vivir en armonía y en paz. La intolerancia lleva al camino contrario: a la agresividad, la violencia, el deseo de eliminar al que piensa, cree o hace las cosas en forma distinta. La intolerancia convierte a las personas en lobos; está a la base de muchos conflictos sociales y políticos.

En El Salvador, en los últimos años, se ha incrementado la intolerancia de manera exponencial; la muestras más cruda de ello se encuentra en las redes sociales. Incluso ante opiniones fundamentadas y expresadas de forma respetuosa, que deberían dar lugar a un diálogo abierto y cordial en el que se intercambiaran opiniones, razones y argumentos, se genera una ola de insultos, ataques personales y acusaciones falsas. Con todo, ello no es nuevo; esa lógica ha estado presente a lo largo de la historia nacional. El país ha vivido épocas de profunda intolerancia, especialmente por diferencias ideológicas.

La actual arrancó con la llegada de Nuevas Ideas al poder y el desarrollo de lo que algunos de sus mismos correligionarios llaman “el bukelismo”; un movimiento político que ha hecho de la confrontación y el ataque hiriente su eje motor. Esta dinámica de intolerancia impulsada desde los estamentos del poder político es un caldo de cultivo perfecto para que tarde o temprano se desaten agresiones físicas. Se está actuando de la misma manera que en la década de los ochenta, un tiempo de locura en el que miles de salvadoreños fueron asesinados a manos de grupos paraestatales terroristas.

En aquellos crueles años, la Radio Cuscatlán de la Fuerza Armada Salvadoreña y los medios de comunicación afines al régimen oligárquico y autoritario que gobernaba el país ejercían la función de exponer, acosar, difamar y hostigar a las personas que opinaban distinto al régimen. Hoy en día, ese trabajo lo hacen algunos funcionarios gubernamentales, diputados y políticos vinculados al bukelismo, respaldados tanto por militantes como por centros de troles y espacios en redes sociales del aparato de propaganda y odio del oficialismo.

Esta forma de proceder ha dado resultados: cada vez más ciudadanos críticos se suman al grupo de los que se han exiliado para librarse del acoso y de las amenazas; otros han dejado de expresar sus ideas públicamente y han preferido optar por una vida sin proyección pública; otros más viven con el temor de que en cualquier momento un fanático pase del delirio verbal a la agresión física y atente contra sus vidas. De seguir así, se estaría abriendo las puertas a una nueva tragedia nacional.