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Opinión

El para qué de la reelección


Redacción YSUCA / 11 noviembre 2022 / 7:42 am

Por Rodolfo Cardenal, S.J.
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La reelección presidencial, dejando de lado su inconstitucionalidad, tendría una razón de ser si el mandatario de turno dispusiera de un plan ambicioso y sostenible para mejorar sustancialmente las condiciones de vida de las mayorías. Pero ese no es el caso de la reelección de Bukele, cuyo mandato constitucional acumula fracasos y vacíos. El bitcoin, su ciudad y su energía volcánica yacen abandonados. El ferrocarril costero, el aeropuerto oriental, varios hospitales y Los Chorros no superan el anuncio. La reforma de pensiones se posterga continuamente. La remodelación de más de cinco mil escuelas (dos diarias) y la reforma educativa, renombrada en cada alusión, son promesas incumplidas. Y lo último, trenes elevados y teleféricos, son ideas rescatadas del desván de gobernantes anteriores.

Los devotos de Bukele pueden alegar que la reelección es indispensable para realizar estas promesas y otras que se le ocurran. Lo más probable es que no se concreten. Aquellos tendrán que conformarse con unos cuantos centros turísticos para extranjeros, algunos pasos elevados, el descongestionamiento de algunos centros urbanos a costa de mayor congestionamiento en sus alrededores y alguna que otra obra, más bien de poca envergadura, para mostrar que la novedad avanza y mantener viva la ilusión de los creyentes. El incumplimiento de las promesas presidenciales se debe a la incapacidad demostrada para ejecutar obras de gran envergadura, a la falta de liquidez y a una deuda creciente cada vez más cara. Pese a ello, aún hay quien confía en las promesas presidenciales para erradicar la pobreza y la desigualdad. El deseo legítimo prevalece sobre la dura realidad.

Entonces, ¿para qué reelegirse? Hay dos posibles respuestas. La reelección permitirá a la familia presidencial y a su círculo más cercano seguir viviendo muy por encima de la media nacional y continuar haciendo fortuna a expensas del Estado, del tráfico de influencias y de variadas prácticas corruptas. Los funcionarios, cada uno según su rango, tienen asegurado un salario muy superior al promedio nacional, empleo para sus familiares, exenciones y privilegios variados. Los de alto rango tienen larga experiencia en vivir impunemente del Estado. El fiscal general es ejemplo convincente de esta especie, pero no es el único. En los pasillos presidenciales circulan muchos otros vividores. Los novatos aprenden rápido y no se privan de nada. A todos ellos les sobran razones para apuntarse a la reelección.

La otra explicación, que no excluye la anterior, es la ambición. No solo de Bukele y su círculo, sino de todos los funcionarios, cada uno en la medida de sus posibilidades. Todos ellos disfrutan, algunos obscenamente, con la exhibición de su poder. El gozo es tanto que bastantes se lo llegan a creer. Piensan que tienen derechos adquiridos no solo para continuar en la burocracia estatal, sino para avanzar posiciones. Los más avezados son discretos, no arriesgan tanto, ejercen su poder y acrecientan su fortuna personal y familiar detrás de las bambalinas. Así, sobreviven exitosamente la rotación de mandatarios. Más de uno es egregio en este arte. La reelección les conviene, pero pueden arreglárselas sin ella. Los más visibles suelen ser los más perjudicados, ya que la exposición pública los identifica con el gobernante saliente.

Dos de los azotes de las pandillas, el fiscal general y el responsable de las cárceles, han mantenido relaciones estrechas con el liderazgo de lo que ahora han dado en llamar “organizaciones terroristas”. El primero influyó en procesos judiciales para beneficiar a un narcotraficante, vinculado a una pandilla, y a la esposa de un expresidente de la infamada Arena. Al otro, una investigación policial lo vincula con las pandillas, el narcotráfico y la corrupción. La carrera delictiva de este funcionario se remonta a su adolescencia. Uno de los habituales en los pasillos presidenciales sacó del país a uno de los líderes pandilleros buscados por la justicia. Es voz común que los magistrados impuestos cobran bien por las resoluciones.

Dondequiera se escarbe, salen a relucir delitos de toda clase. Bukele lo sabe y lo permite, porque la familia presidencial se vale de su posición ventajosa para enriquecerse. Explota, por ejemplo, las empresas asociadas al bitcoin. Y porque es una manera de recompensar la incondicionalidad de los funcionarios. La corrupción galopante demanda, por otro lado, silencio extremo y oscuridad total para poder retener la fuente del poder y la riqueza ante la opinión pública. De esa manera, estos funcionarios hacen alarde de honestidad y de novedad nunca vistas. La reelección es para ellos una gran oportunidad para continuar con la rapiña.

El pueblo es indispensable para la reelección, que depende, formalmente, de su voto. Pero, una vez depositado este, volverá a ser un accesorio. Una excusa poderosa, es verdad, para violentar la institucionalidad democrática, pero no por eso vivirá mejor, encontrará oportunidades mayores y la convivencia será más fraterna y solidaria. La concurrencia popular es necesaria para la reelección, pero no hay razones para sostener que al pueblo en sí le aguarda un futuro más digno y humano.

 

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.