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Opinión

El fin(al) de las fake news y el reencantamiento de la política


Redacción YSUCA / 13 noviembre 2020 / 7:01 pm

Proceso
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Esta primera semana de noviembre ha convocado las noticias y las discusiones en torno a un acontecimiento global que, por un momento, dejó de ser directamente la discusión sobre la pandemia y las nuevas olas de contagio que se viven en distintos puntos del planeta. Esta vez el tema han sido las elecciones de los Estados Unidos en donde se definió no solo la presidencia, sino también la conformación del Senado y de la Cámara de Representantes. El Salvador ha seguido de cerca lo que sucedía en dicho país. En parte, lo han dicho analistas en innumerables ocasiones y lo han repetido los políticos, tiene una larguísima relación con Estados Unidos. Pero no solo eso, la historia de la migración salvadoreña ha tenido también una palabra en este proceso. De acuerdo al Pew Hispanic Center, los salvadoreños son la tercera población más importante de origen hispano, luego de los mexicanos y los cubanos. En esta elección estaba en juego, entre otras cosas, la posibilidad de retorno o permanencia para 200,000 salvadoreños con TPS (Temporal Protection Status) y sus familias.

El poeta Roque Dalton dijo en su poema O.E.A. que “el presidente de los Estados Unidos es más presidente de mi país que el presidente de mi país” y la discusión sobre estas elecciones fue seguida en el país con cuidado. En una campaña política adelantada que lleva ya un largo recorrido en las redes sociales, los distintos partidos han opinado, celebrado y discutido las implicaciones de estos resultados.

Si bien todo indica que el presidente Trump ha perdido frente a su rival demócrata, Joe Biden, nos interesa situar en este espacio las lecciones que se pueden sacar sobre la comunicación y los procesos electorales.

Una primera lección, que los políticos locales deberán empezar a digerir es que el discurso de odio, si bien es rentable a corto plazo, parece que su éxito no necesariamente es sostenible electoralmente, aunque permanezca ahí. Lo que sí parece conseguir el discurso de odio es un posicionamiento político y la movilización de distintos movimientos ciudadanos. Estados Unidos ha registrado las elecciones con mayor participación política de los votantes en los últimos cien años.

Una segunda lección es que la movilización política no es una batalla que se gane de manera improvisada ni respondiendo a los discursos del odio. Se trata de construir una agenda propia a mediano plazo y trabajar de manera sistemática en los barrios, en las Asambleas, se trata de escuchar las preocupaciones de las personas, sus miedos, de llorar con sus muertos tal y como ha hecho Stacey Abrams en Georgia, o Alexandria Ocasio Cortez en Nueva York.

Una tercera lección es que, frente a los movimientos reaccionarios que coquetean con nuevos autoritarismos, que sueñan con una utopía habitada por generales de todos los ejércitos y ciudadanos armados, esto es, frente a una política de guerra, la mejor respuesta es un proyecto del común y del cuido, como ha dicho el nuevo presidente electo de Estados Unidos, se trata de ver en el otro un adversario, no un enemigo. ¿Quién no recuerda aquella frase que se repetía durante la guerra en las comunidades eclesiales de base de: “tenemos que salvarnos juntos, tenemos que llegar juntos a la casa del Padre, ¿qué diría si nos viera llegar a los unos sin los otros?”. El verdadero cambio a largo plazo viene entonces del trabajo en el territorio, de la apuesta por la comunidad y del proyecto de cuidado que muchas veces el talante femenino suele manifestar.

Una cuarta lección es que, aunque nos parezca imposible y lejano, las fake news y la construcción del régimen de postverdad al que han apostado presidentes como Donald Trump, Andrés Manuel López Obrador, Jair Bolsonaro o Nayib Bukele tiene un límite.

El límite pasa por un proceso constante de educación, de organización para que las audiencias estén mejor informadas, por el compromiso de medios que apuestan por el periodismo de investigación riguroso y crítico y sobre todo, por la exigencia que todas y todos debemos hacer a las redes sociales para que activen los límites y los filtros necesarios ante las afirmaciones fuera de contexto que muchas veces los políticos llevan a cabo. Eso es lo que hemos visto estos días. Facebook habilitó un espacio para que toda persona pudiera tener acceso a información verificada para conocer sobre las elecciones. Twitter se decidió (por fin) a cerrar la cuenta de Steve Bannon, exasesor de comunicaciones de Donald Trump después que sugiriera  “que el Dr. Anthony Fauci y el director del FBI, Christopher Wray, deberían ser decapitados”. También censuró varios tuits de Donald Trump y los marcó como información no verificada. Este límite debe ser aplicado a políticos de todo el mundo que utilizan las redes para enardecer a los ciudadanos, provocar discursos de odio y divulgar versiones no verificadas que normalmente van en beneficio propio.

No son estas elecciones el fin de las fake news, pero quizá asistimos al final del principio. Poco a poco, como sucedió una vez instalada la radio o la televisión la mirada de las audiencias va a afinarse. Falta mucho, pero saber que en este tiempo tan manipulado, más de 76 millones de estadounidenses (muchos de ellos inmigrantes) votaron contra las mentiras manipuladas y contra el discurso de odio, nos permite iniciar noviembre con una serena esperanza.

* Ángel Sermeño Quezada, de la Universidad la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Artículo publicado en Proceso N.° 22.