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Opinión

Discernir los signos de los tiempos


Redacción YSUCA / 04 noviembre 2020 / 6:40 pm

José María Tojeira
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Vivimos tiempos que a veces nos resultan de difícil interpretación. La polarización ideológica, política o de cualquier clase, suele llevar a ver todo en blanco y negro, y a contemplar a los demás o como amigos o como enemigos. Los cristianos en cambio estamos llamados a hacer discernimiento permanente. San Pablo invitaba a los primeros cristianos a fijarse “en todo lo que encuentren de verdadero, de noble, de justo, de limpio, de todo lo que es hermoso y honrado” (Fil 4, 8). E incluso con respecto a los diversos carismas y dones que el Espíritu nos da, Pablo pide también discernimiento, poniendo el amor por encima de todo otro don. Incluso con respecto a otros dones menos importantes hace su propia evaluación poniendo, por ejemplo, el anuncio del Evangelio (la profecía) por encima de otros dones más vistosos o llamativos (hablar lenguas) en 1 Cor 14, 5.

En el tiempo actual la Iglesia continúa pidiéndonos discernimiento en diversos aspectos. Nos pide que hagamos discernimiento sobre nuestra propia vida personal, sobre la llamada a la santidad a la que Dios nos invita a todos, y sobre el camino que cada uno de nosotros debe seguir en el seguimiento de Jesús, Camino, Verdad y Vida. Y en ese contexto, nos pide también que busquemos y trabajemos “un orden político, económico y social que está más al servicio del hombre y permita a cada uno y a cada grupo afirmar y cultivar su propia dignidad” (Vaticano II, GS 9). Mientras la primera tarea de discernimiento, la personal, está siempre muy clara, invitándonos al amor, la generosidad y el servicio al necesitado, la segunda tarea de discernimiento se hace más compleja en la historia reciente. En muchos países, nos decía el Papa Francisco, “se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos… En este juego mezquino de las descalificaciones, el debate es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación” (Fratelli Tutti, 15).

En El Salvador estamos una vez más en tiempo de confrontación y polarización, y por supuesto las tensiones que de ello se derivan pueden confundirnos en nuestros juicios. La misma pandemia, con los miedos que despierta, nos vuelve a veces más retraídos e incluso egoístas, pensando más en nosotros que en los demás. Ante esta situación es muy posible que nuestro discernimiento se vuelva en ocasiones confuso. Sin embargo, como Iglesia tenemos criterios y elementos lo suficientemente claros para poner claridad en nuestro pensamiento. Todo aquello que contribuya al desarrollo y la mejoría de las capacidades y derechos de nuestros prójimos o al bien común de nuestro país, nos conduce siempre hacia la amistad social y la convivencia pacífica. La Iglesia da muestras claras de buen discernimiento en su opción por un servicio eficiente de agua en el hogar a toda la población. Y lo concreta analizando los pasos que se van dando en esa dirección, alabando lo positivo y viendo también las limitaciones.

Colocar el derecho humano al agua en la Constitución es positivo. No poner que este servicio debe ser administrado por el Estado “sin fines de lucro”, como pedía la Iglesia y otras asociaciones, es una limitación y una carencia importante. Reconocer y ver lo positivo, y al mismo tiempo saber indicar las limitaciones y carencias de toda medida social, económica y política, es una necesidad y una exigencia para todos los cristianos, y más en estos tiempos de polarización que vivimos. El Concilio Vaticano II decía hace bastantes años que bajo las reivindicaciones sociales “se oculta una aspiración más profunda y más universal: las personas y los grupos sociales están sedientos de una vida plena y de una vida libre, digna del hombre”. A nosotros nos toca en el hoy de nuestra historia contribuir con nuestro discernimiento y nuestra acción y compromiso, al desarrollo concreto de la dignidad humana, que pasa por la superación de la pobreza y el establecimiento de los derechos básicos al desarrollo personal y social.

*Por José María Tojeira, director del Idhuca