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Opinión

El silenciamiento de la memoria y las tentaciones autoritarias


Redacción YSUCA / 21 septiembre 2020 / 3:31 pm

Proceso

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La memoria, los estudios sobre memoria, las políticas de memoria son uno de esos campos apenas conocidos por algunos especialistas, militantes y familiares que han decidido dedicar su vida y su militancia a un tema ausente. Se habla poco. Se actúa menos. Casi todas las instituciones sociales y políticas de El Salvador tienen una deuda enorme con la memoria. Algunos dicen que la memoria se diferencia de la historia, porque esta última se basa en la narración de hechos, mientras que la primera trabaja con los recuerdos. Y los recuerdos no son fiables. Se construyen desde los afectos y estos pueden desordenarnos nuestro sentido de la realidad. Por eso, quizá, muchos le han temido a la memoria y desde 1992 decidieron desterrarla de las apuestas necesarias en la fundación del país de la postguerra.

La memoria se limitó a unos cuantos monumentos tangibles, en general impulsados por la sociedad civil, lugares de memoria que convoquen, pero de manera discreta. Que reivindiquen sin ruido. Pequeños altares dispuestos para el ritual, pero dispersos en un territorio sin mapas de memoria. La memoria tampoco ha tenido un lugar central en el currículo educativo nacional, en los debates de la política, o en los productos culturales, salvo algunas excepciones como en el cine más reciente de directores como Julio López (con La batalla del volcán) y Marcela Zamora (con Los ofendidos).

Esta semana, El Salvador volvió a ser noticia internacional por un acontecimiento vinculado directamente a la memoria. El juicio del coronel Inocente Montano terminó en 133 años y cuatro meses de cárcel por su participación en el asesinato de seis jesuitas y sus dos colaboradoras. Este juicio inédito y celebrado en España debería implicar una reflexión importante para el país. Lo que debe ponerse en discusión es la fragilidad institucional, el papel de la fuerza armada y los usos discrecionales de la violencia que permitieron una acción tan lamentable.

Como señaló el comunicado de nuestra universidad, “Las condenas judiciales por homicidio o terrorismo nunca son motivo de alegría. La resolución judicial de un crimen de lesa humanidad es un medio que permite avanzar hacia el ideal que la Compañía de Jesús expresó desde el primer momento que ocurrió la masacre en la Universidad: el camino de reparación pasa por el conocimiento de la verdad, la práctica de la justicia y el perdón”.

Cuando no hay lugar para la memoria, los proyectos autoritarios pueden fácilmente instalarse. Se puede tener la ilusión que ahora es otra fuerza armada, así sea una institución cuyos representantes insisten en señalar que no se rigen por la Constitución sino por su comandante en jefe y que esto justifica sus acciones. Si no somos capaces de recordar el pasado este puede repetirse.

También se puede crear la ilusión que toda la nación se está refundando por un liderazgo, cuando en realidad lo único que se está consiguiendo es construir una narrativa de país y de nación que tiene como base en el olvido.

Los filósofos del siglo XX nombraron este tipo de olvido con varios nombres: reificación, alienación, fantasmagoría. El pensamiento del siglo pasado siempre se encontró preocupado ante la ligereza que podía borrar con un gesto ingenuo las lecciones que la humanidad no debía olvidar. Si cedemos a la tentación del olvido, construimos una sociedad con el centro por fuera, enajenada, que transita entonces de la esperanza a la locura.

El presidente pudo usar esta semana su liderazgo para reconocer y visibilizar los procesos de memoria que dan paso a la práctica de la justicia y el perdón. En lugar de eso, prefirió instrumentalizar el fallo histórico al coronel Montano para su vendettas electorales. El ejecutivo tuvo la oportunidad de reflexionar sobre la importancia de desmilitarizar nuestra sociedad y hacer honor a los acuerdos de paz que refundaron nuestro país luego de una larguísima herida de la que no hemos terminado de sanar. Pero ha preferido recordar que esa institución que ha sido reconocida internacionalmente por sus graves violaciones a los derechos humanos es “la institución llena de héroes”.

Este mandatario salvadoreño actual ha sido el mismo que decidió que como sociedad mantendríamos la práctica de negociar con las pandillas por debajo de la mesa y sin contraloría social. Y que cuando cualquier institución le señale sus errores debe ser perseguida, ignorada, silenciada con la mayor rapidez. No es esta una práctica nueva. Más bien, en todo caso, es, como nos dice el evangelio, “vino nuevo en odres viejos”.

No existe en este momento una acción más revolucionaria que la memoria. Y un gesto más digno para celebrar nuestro 199 aniversario de independencia que el de cuestionar al poder, hacerle contraloría e insistir que todo su aparato debe estar al servicio de toda la sociedad. Solo así nos libraremos de las tentaciones autoritarias que, como en cada época electoral, parecen rondar las propuestas de nuestros líderes.

 

* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 14.