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Opinión

El Gobierno malogrado


Redacción YSUCA / 04 junio 2020 / 8:21 pm

La prioridad del Gobierno de Bukele es la popularidad. La vida, la salud pública y la economía le están supeditadas. Casa Presidencial ha interpretado correctamente la coyuntura de la pandemia. Ha explotado con creces la añoranza del liderazgo autoritario y agresivo, que da seguridad en la incertidumbre. La popularidad proyecta la imagen de conducción segura, disimula incompetencias y errores, y promete réditos electorales. Bukele no es el único mandatario que se ha servido de la crisis para acumular poder y legitimidad. Sin embargo, las circunstancias de las que se ha valido para encumbrarse, entrañan amenazas.

La pandemia y la tormenta Amanda están a punto de malograr su Gobierno, a pesar de su elevada popularidad. Prisionero de miedos e inseguridades, el presidente agrede y castiga severamente. La devastación causada por la lluvia, que agudiza el temor al colapso del sistema de salud pública, ha robustecido sus diatribas y sus insultos. Mientras tanto, la maquinaria del poder ejecutivo se atasca en la centralización. El mismo presidente ha reconocido que “fue imposible contener el virus con el aislamiento de nexos epidemiológicos”. En realidad, la finalidad de la cuarentena es ganar tiempo para enfrentar el contagio con pruebas bien planificadas y programas que identifiquen los focos de contagio. La lluvia ha aumentado las presiones y miedos de una Casa Presidencial ya desbordada por falta de inteligencia, tecnología e infraestructura. No dispone de funcionarios, sino de meros voceros, cuyas habilidades, si las tienen, han sido inhibidas. Si algo han mostrado es incompetencia.

No es extraño, entonces, que Casa Presidencial actúe erráticamente. Mientras el presidente suscribe la nacionalización de las pensiones ante unos sindicalistas, su vocera asegura que los fondos no serán intervenidos sin “una resolución y una decisión ciudadana”, cualquier cosa que eso signifique. Un día denuncia que “la mayoría de los diputados son unos delincuentes”, pero al día siguiente les solicita “tengan a bien” reprogramar la sesión solemne del 1 de junio y “renuevo mi vocación de trabajar unidos […] convencido que juntos y de la mano de Dios saldremos adelante como país”. En un arrebato, ordena suspender el pago de los salarios de los diputados, pero al día siguiente hace la transferencia de los fondos, según ordena la ley. Uno de sus voceros más autorizados atribuye estas contradicciones a que el presidente Bukele es político.

Más allá de los devaneos, Casa Presidencial, entrampada por la falta de fondos y las crecientes demandas, tendrá que centrarse en la sobrevivencia. Grandes proyectos como el aeropuerto, el tren, las tecnologías de la información, etc., ya son pasado, por falta de financiamiento. El virus y la lluvia han llevado a aumentar la deuda prohibitivamente. Superadas las crisis, el presidente gobernará para cubrir el gasto corriente y pagar la deuda. Difícilmente podrá invertir en colocar los cimientos de un sistema de salud pública sólido y en una infraestructura resistente a las inclemencias del tiempo y los terremotos.

Casa Presidencial tendrá que enfrentar el desgaste de una reforma fiscal inevitable. El FMI ya condicionó el préstamo millonario recién ratificado a una reforma estructural, es decir, una subida de impuestos. El presidente tendrá que pedir más sacrificios a la población. Si opta por elevar el impuesto al valor agregado, la solución más fácil y socorrida, pero también la más desigual, arriesgará seriamente su popularidad. Si decide que los más ricos asuman el peso de la reforma fiscal, se enfrentará con los grandes capitales. Está por verse si los confrontará con la misma determinación con la que ahora los descalifica y los insulta. De hecho, son ellos los grandes responsables de la crisis sanitaria y de infraestructura. La reducción de impuestos, las privatizaciones y los recortes de los Gobiernos de Arena, y la corrupción han favorecido el crecimiento desproporcionado de su riqueza, al mismo tiempo que han profundizado la desigualdad y la pobreza. Pareciera que ha llegado el momento para que comiencen a devolver lo que legal y moralmente no les pertenece. Si el sistema de salud pública y la infraestructura fueran sólidos, los costos humanos y económicos de las crisis serían menores.

Una Casa Presidencial sin recursos financieros y sin crédito solo puede gobernar para subsistir, aun cuando controle la legislatura y la mayoría de municipalidades. El Gobierno de Bukele ya se ha malogrado. Es una oportunidad perdida. Perdida porque, pasadas las crisis biológica y climática, le aguarda una crisis financiera de grandes proporciones. Perdida porque el autoritarismo y su deriva represiva cerraron la posibilidad para fortalecer la institucionalidad, fomentar la educación ciudadana y cultivar la responsabilidad social. ¿Cómo “vamos a reformar el Estado de verdad” sin inversión, sin aportes técnicos y sin consenso social? ¿Solo con popularidad?

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero. 

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