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Internacionales

La economía y los prejuicios siguen dividiendo a los alemanes 30 años después


Redacción YSUCA / 07 noviembre 2019 / 12:37 pm

Radio Francia Internacional

Berlineses desarman parte del Muro, el 16 de noviembre de 1989. AFP

A 30 años de la caída del Muro de Berlín, ¿qué tan unificada está Alemania? Entre desigualdades laborales y demonización del pasado comunista, las relaciones entre las dos Alemanias son complejas.

Por Sergio Correa, corresponsal RFI en Berlín.

Durante décadas fue muy fácil distinguir en el bullicio de Berlín entre alemanes del Este, de la República Democrática Alemana, la RDA, la comunista, de los del Oeste, de la República Federal Alemana, la RFA, la capitalista. Bastaba con preguntar de qué ciudad venía. Un alemán federal respondía rápido, enérgico: Múnich, Hamburgo, Colonia… Un alemán oriental bajaba la vista y como buscando algo perdido en el suelo murmuraba: Brandeburgo, Dresde, Cottbus. Los alemanes orientales parecían esos parientes pobres invitados por una vaga simpatía familiar a la gran fiesta de los dueños de casa, los alemanes occidentales.

Hoy apenas un 20% de los alemanes occidentales han estado alguna vez en alguna de las ciudades que fueron parte de la Alemania comunista, aunque entre ellas están algunas de las más importantes para su historia: Weimar, Leipzig, Dresde. Un muro invisible que sigue casi exactamente el mismo recorrido que el antiguo muro de cemento separando a los alemanes.

“¿Para qué?”

“Después de la caída de Muro, muchos creímos que tendríamos ahora la libertad de elegir profesiones o estudios, que sin el control político sobre las posiciones sociales, podríamos subir en la escala social, pero en realidad sucedió lo contrario, muchos incluso bajaron de posición social. Los alemanes del Este han sufrido desde 1990 una degradación” explica el sociólogo Steffen Mau, profesor de Sociología de la Universidad Humboldt de Berlín, nacido y crecido en la Alemania oriental.

Apenas un 4% de los puestos más altos de la administración pública de la Alemania unificada son ocupados por alemanes del Este, apenas un 13% de los jueces en el territorio de la ex Alemania del Este nacieron ahí, el 70 % de los gerentes de las grandes empresas en la Alemania del Este nacieron en la Alemania capitalista, solo tres de los 22 rectores de las universidades en la Alemania oriental vienen del Este.

“Entre el 80 y el 90 % de todos los puestos más importantes fueron ocupados tras la caída del Muro por alemanes occidentales. Y en Alemania en general, los alemanes del Este ocupan apenas el 1,7% de los altos cargos en política, economía, administración y medios. Algunos estudios muestran el sentimiento de los alemanes orientales: derribamos el Muro, pero, ¿para qué?” constata Mau.

Tres cientistas sociales, Ronald Gebauer, Axel Salheiser y Lars Vogel, publicaron un estudio este verano que muestra que los alemanes occidentales llegados a la ex Alemania comunista “se han perpetuado a sí mismos como una élite, que trae a otros alemanes occidentales como ellos a esa red en la Alemania del Este”.

La privatización de las empresas estatales de la RDA fue adquirida en un 80%, por alemanes occidentales, un 15% por extranjeros y un mínimo 5% por alemanes orientales.

A pesar de los años dorados de la economía alemana, que en Alemania occidental creó, entre el 2005 y el 2018, cinco millones más de puestos de trabajo, para los territorios de la ex Alemania oriental hay, comparado con 1991, 800.000 puestos de trabajo menos. El sueldo promedio de un trabajador con empleo fijo en la Alemania occidental es un 30 % superior al del promedio en la Alemania oriental.

Demonización de la RDA

Pero nada ha hecho peor a las actuales relaciones entre las dos ex Alemanias que la demonización del pasado de la Alemania oriental. Ya nadie discute que el comunismo fracasó y produjo infinidad de injusticias, pero la tendencia de los alemanes occidentales de tratar a la RDA como una suerte de campo de concentración dominado por proletarios sádicos, es insoportable para los que crecieron en ella.

“Viviamos como todos los demás, íbamos a las mismas escuelas, a los mismos centros comerciales, en el tiempo libre hacíamos cosas parecidas, era una sociedad extremadamente homogénea. La Alemania oriental entregó una muy buena y amplia educación a todos; los obreros leían mucho, iban al teatro; un obrero en la RDA participaba en la cultura, tenía una biblioteca en su casa. La élite política se mantuvo siempre muy pequeña y provenía siempre del proletariado: Erich Honecker, el penúltimo presidente de la RDA, era techador”, recuerda Mau.

El vago orgullo, la ambivalente nostalgia que predomina aún en los habitantes de la Alemania oriental es algo impenetrable para los occidentales.

El filósofo alemán Peter Sloterdijk, en un artículo en el diario berlinés Tagesspiegel, trató de entenderlo: “El socialismo fue en verdad un estoicismo político, por consiguiente, un intento de lograr, manteniendo condiciones modestas de vida, una soberanía personal. Que una parte importante de este esfuerzo se logró, es digno de notar; las protestas de sus testigos contra el desprecio de ese logro parcial son muy justificadas. Ese desprecio proviene de una idea tan comprensible como cuestionable y es la aspiración a un desaforada idea de felicidad, que ha envenenado completamente la cultura moderna. ¿Cómo podrían resistirse los alemanes del Este a esa felicidad cuando la enorme mayoría de la Europa Occidental y Estados Unidos la celebran?”, dice.

Mucho del desastre climático parece deberse a las consecuencias de la búsqueda de esa felicidad en forma del consumo de productos y servicios que un habitante del Occidente capitalista siente como el campo fundamental e inatacable de su libertad. La mejor medida para prevenir el desastre medioambiental sería seguir una forma de vida cercana a este que aparece como un “ascetismo socialista”, pero todos intuyen que es una idea apenas soportable para los millones que marchan contra el cambio climático.

La ex Alemania oriental ha soportado 30 años sin desaparecer en el espíritu de sus antiguos habitantes. Algo de rencor, de orgullo humillado, la sensación de falta de respeto, han marcado la actitud de muchos de ellos hacia Occidente y han llevado seguramente a las fuertes tendencias de extrema derecha que emergieron en la población, que veían ahora a los inmigrantes extranjeros como sus principales competidores en el fondo de la escala social.

30 años no han bastado para unir las dos Alemanias, quizás porque a los habitantes de la desaparecida RDA nunca se les dio el espacio para discutir el destino de su país y de sus vidas. Más que una reunificación, la unión de las dos Alemanias fue la anexión, la colonización de la extinta RDA por la Alemania federal que hasta el día de hoy ha escrito, sola, esta historia.