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Si quisiéramos interpretar metafóricamente esa frase y aplicarla a seres humanos, tendríamos que darle la vuelta a las aplicaciones normales. Estas suelen insistir en que es el pobre el que muerde la mano del rico, que supuestamente le da de comer. La realidad es la contraria: son los campesinos pobres los que nos dan de comer, y nosotros los que les mordemos la mano cuando los mantenemos en la pobreza con salarios o ingresos deficientes. Quienes pagan bajos salarios a quienes producen riqueza con su trabajo son realmente quienes no solo muerden manos, sino condenan a personas a situaciones muchas veces inhumanas.
La semana pasada estuvo en El Salvador el relator especial de la ONU sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. Luego de leer su comunicado final, que es un resumen de lo que comunicará al Gobierno más extensamente en un futuro próximo, podríamos decir que el Estado le muerde la mano y los derechos al ciudadano cuando no respeta la dignidad de la persona y cuando no se atreve a ratificar instrumentos de protección de los derechos personales. En el contexto de la sentencia de inconstitucionalidad de la ley de amnistía y del intento de elaborar una ley de reconciliación que en la práctica vuelve a imponer una amnistía, el relator ha sido muy claro: lo que se necesita es una ley de justicia transicional coherente con los principios jurídicos de las Naciones Unidas. Si por “morder” entendemos simbólicamente “hacer daño”, quienes desean impunidad muerden a las víctimas inocentes de una guerra fratricida.
La utilización coloquial de este tipo de frases debe ser siempre analizada críticamente. De lo contrario, podemos caer en una defensa sistemática del poderoso frente a los reclamos del débil. Es como la famosa frase del vaso medio lleno y medio vacío. Las más de las veces, quienes recomiendan verlo medio lleno lo tiene personalmente bastante lleno. Si les hacemos caso, corremos el peligro de conformarnos con el medio lleno, dejando en el desamparo a quienes lo tienen vacío. Porque los vasos de la riqueza, aunque se pueda sacar un promedio, nunca están llenos de la misma manera para los poderosos y para los débiles. En países de alta desigualdad como el nuestro, los promedios tienden a ser engañosos. Lo que hay que revisar críticamente en el lenguaje coloquial conviene no usarlo en el lenguaje político, porque nos exponemos a justificar situaciones injustas. En el lenguaje coloquial, todos nos equivocamos algunas veces. En el lenguaje político, conviene ser más exigente.
* José María Tojeira, director del Idhuca.