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Editorial

Castillos en el aire


Redacción YSUCA / 01 febrero 2019 / 1:18 pm

Editorial UCA

01/02/2019

 

¿Qué está en juego el 3 de febrero? La respuesta es obvia: la elección de quien será el presidente del país por los próximos cinco años. Quizás algunos agregarían que está en juego el futuro, la posibilidad de mejorar o empeorar la crítica situación nacional. Pero la pregunta tiene pretensiones más profundas, más estratégicas. ¿Está en juego un cambio radical en la conducción de El Salvador? De la respuesta a ello depende que las expectativas de cambio sean realistas y plausibles, y no se termine generando aún más frustración ciudadana.

A pesar de que el país enfrenta muchos retos, desde hace años dos son los problemas que más agobian a los salvadoreños. Por un lado, la inseguridad y la criminalidad, y, por otro, el estado de la economía: falta de empleos, bajos salarios, poco crecimiento. Aunque cada uno tiene su propia dinámica y requiere de un tratamiento diferenciado, ambos problemas están estrechamente vinculados. De hecho, en el contexto del Asocio para el Crecimiento, el proyecto estadounidense del cual El Salvador fue destinatario, se determinó que la situación de inseguridad es el primer impedimento para el desarrollo económico. En la larga lista de retos que enfrentará el próximo mandatario, están de fondo estos dos problemas.

Al próximo presidente se le pide que brinde seguridad jurídica a las inversiones, que elimine la engorrosa burocracia y que reduzca la violencia para que las empresas inviertan en el país, generen empleos y bienestar, y así, por fin, la economía crezca. Pero ninguno de los candidatos ha abordado a fondo el factor que explica nuestro estancamiento económico. Han hablado de consecuencias, pero han evadido pronunciarse sobre la fuente de las que estas emanan. Por mucho que todos queremos que termine, la violencia no es la responsable de la falta de crecimiento económico.

Honduras y Guatemala enfrentan índices de violencia y delincuencia tan altos como los de El Salvador. Sin embargo, sus economías han crecido más. Según la Cepal, en 2017 Guatemala tuvo un crecimiento de 3.4% y Honduras, de 3.7%, frente al 2.5% del país. Tampoco la inseguridad jurídica, aunque debe eliminarse, está a la base del bajo crecimiento. Hace menos de 2 años, para un buen grupo de empresarios salvadoreños, Nicaragua era ejemplo de crecimiento y un buen país para invertir. Según la Cepal, Nicaragua creció 4.7% en 2017, pero su seguridad jurídica era endeble, tal como lo demuestra la crisis en que está hundida desde el año pasado.

¿Cuál es la causa de nuestro estancamiento económico? En primer lugar, se debe reconocer que este no comenzó con los Gobiernos del FMLN, como se afirma con insistencia, sino que es una dinámica que se remonta al menos a la década de los noventa: la debilidad de la economía salvadoreña está asociada a las reformas que se implementaron después de la guerra; reformas cuyo centro fue la liberalización. Se implementó una reforma fiscal que redujo el impuesto a la renta, se introdujo el IVA, se vendieron los bancos estatales, se privatizaron empresas gubernamentales, se disminuyeron drásticamente las tarifas a las importaciones y, como guinda del pastel, se dolarizó la economía. El objetivo, se dijo, era acelerar el crecimiento económico vía libre mercado.

El resultado ha sido el contrario: la economía se detuvo, no creció el empleo. El único éxito del modelo fue la concentración de la riqueza en pocas manos. Ahora vivimos las consecuencias de esa estrategia económica. La violencia, el desplazamiento, la migración forzada, las maras son subproductos del modelo implementado. Y ni uno de los candidatos lo ha reconocido. Si a la base del estancamiento económico está una estrategia que ninguno de ellos pretende cambiar, no hay que esperar que la situación mejore drásticamente. El nuevo mandatario podrá remozar, aliviar, transformar estilos, pero la enfermedad de fondo seguirá activa. El modelo está hecho para que beneficie solo a un pequeño grupo, el más cercano al poder. Es iluso pensar que el país mejorará dejando incólume un modelo que le falla a la mayoría de la población. No hay que crearse castillos en el aire.